Tenía una cita con las urnas en las elecciones presidenciales del pasado martes, pero también sabía, desde unos pocos días antes, que estaba infectada por coronavirus. Puso en una balanza las dos obligaciones: la de acudir a supervisar las votaciones y el escrutinio y la de guardar cuarentena, pero optó por la primera. Poco después, murió.
La mujer, de la que no ha trascendido nombre ni edad, había recibido los resultados, positivos, de una prueba de coronavirus el 30 de octubre. Tenía que aislarse dos semanas, pero el día 3 de noviembre se presentó en un colegio electoral del contado de St. Charles, en el Estado de Montana. Ese día pasaron por allí, además de sus nueve compañeros de trabajo, 1.858 votantes. Las autoridades no han desvelado ni el momento ni la causa última de la muerte de la fallecida, informa The Washington Post.
Algunos vecinos del condado que fueron a votar al mismo colegio electoral han mostrado su enfado y su preocupación por sentirse expuestos al contagio, informa el rotativo estadounidense citando a un diario local. Aunque los enfermos de coronavirus mantuvieron íntegro su derecho a votar a pesar de su estado, a los trabajadores electorales enfermos se les instaba a quedarse en casa en un manual de recomendaciones.
El Departamento de Salud Pública del condado ha informado de que se han puesto en contacto con todos los trabajadores que prestaron servicio en el mismo colegio electoral y de que han preguntado a los familiares de la fallecida por los lugares que visitó los últimos días de su vida.
En un comunicado, tranquiliza a los votantes que depositaron sus papeletas en el lugar, pues, entiende el departamento, la labor del supervisor electoral «no conlleva normalmente estar en contacto cercano con los electores, o manejar iPads, repartir bolígrafos o comprobar los carnés de identificación». Señala además que a todos los trabajadores se les exigió que llevasen mascarillas o pantallas protectoras durante toda la jornada, y que se instalaron separaciones de plástico entre los votantes y los técnicos. Sin embargo, el director de la Junta Electoral del condado ha puntualizado que, normalmente, los ciudadanos que encuentran algún problema con su identificación a la hora de votar suelen dirigirse al supervisor electoral.
Un hombre de 28 años ingresó a mediados de mes en un hospital de Oklahoma con una herida casi tan terrible como su relato: sangraba por la entrepierna y afirmaba que dos hombres le habían amputado los testículos el día antes en una cabaña perdida en las montañas.
Los médicos disponían de una prueba de que el herido estaba en lo cierto: perdía sangre con profusión, pero fueron los ayudantes de un sheriff los que, al día siguiente, hallaron evidencias aún más contundentes en el lugar que les refería: en la cabaña encontraron un frigorífico en cuyo interior había una bolsa con lo que les pareció eran testículos congelados.
Una parte de las circunstancias que rodean a este caso no han trascendido. Se sabe que la víctima, de quien no se ha dado la identidad, cogió un avión desde el Estado de Virginia hasta Dallas (Texas) y desde allí lo trasladaron hasta el Estado de Oklahoma. Lo relata el diario The Oklahoman citando una declaración jurada del hombre. Aseguró que se había puesto en contacto con Bob Lee Allen, un hombre de 53 años, a través de un sitio web en el que buscaba información sobre castración. El sitio web, que requería estar registrado para acceder a él, mostraba un mensaje de bienvenida que parecía no llevar a demasiado engaño: «From theEunuchMaker and the EM Crew» (de parte del Fabricante de Eunucos y su equipo»).
Allen le dijo al hombre que contaba con más de 15 años de experiencia y que no le iba a costar nada la cirugía, afirmó este en su declaración jurada. El 12 de octubre, el supuesto cirujano le ubicó en una mesa de operaciones improvisada. Su ayudante Thomas Evans Gates, de 42 años, lo ayudaba con el instrumental. Dos horas duró la intervención, durante la que la víctima estuvo consciente, solo anestesiado «en las partes del cuerpo necesarias», según su relato.
Cuando acabó la carnicería, Allen le dijo a su víctima que se iba a comer esas partes y se rio afirmando que era un caníbal. Siempre según la declaración jurada, Allen habló de que había operado a otro tipo, que estaba loco, y que lo dejó abierto para que se muriera por la noche. Seis personas más en su macabra lista tenía el presunto doctor para castrarlos, según el testimonio del superviviente. Luego, le enseñó fotos en su móvil de un congelador con partes de cuerpos amputadas.
Al día siguiente, el hombre operado sangraba. Perdió un momento el conocimiento. Aunque Allen le había advertido de que no habría «nada de morgues ni salas de emergencias» y de que lo arrojaría al bosque si se desmayaba o moría, lo terminó llevando junto a su compañero Gates al hospital de McAlester (18.300 habitantes). Eso sí, le advirtió de que dijera allí que el estropicio se lo había hecho él mismo, según les relató la víctima a los médicos. También les aseguró que los dos hombres lo habían invitado a participar en actos de canibalismo.
La policía del condado de Le Flore recibió la llamada del centro médico: el herido les había dado la dirección de la cabaña. El día 15, una vez obtuvieron la orden de registro, los agentes se presentaron en el lugar.
«[El hospital] nos dijo que tenían [un caso] de intervención médica practicada probablemente por unos individuos que no contaban con licencia», relató el sheriff del condado de Le Flore, Rodney Derryberry, a los periodistas el pasado día 20. «Encontramos pruebas de que se habían podido cometer delitos, quizá cirugías». Según el diario The Oklahoman, se toparon con una bolsa de plástico dentro de un congelador en un dormitorio: parecía contener testículos congelados.
Ni Allen ni Gates estaban allí en el momento del registro. Sorprendentemente, habían ido al hospital a visitar a la víctima. Allí los agentes los detuvieron y ahora se enfrentan a cargos por práctica ilegal de la cirugía, mutilación, asalto y agresión con arma peligrosa, además de otro delito menor por no enterrar debidamente los restos extirpados.
En la cabaña, los agentes hicieron acopio de ordenadores portátiles y discos duros que están siendo analizados por el FBI y otras agencias federales. Según el sheriff, la policía no ha podido determinar en el momento de la rueda de prensa si la siniestra pareja había cobrado dinero de la víctima, pero confirmó la existencia de la página web de contacto. Preguntado por una periodista si el acto formaba parte de algún ritual o culto, Derryberry respondió: «No puedo decir que lo sea. Esto es algo con lo que jamás me había topado en casi 30 años de trayectoria», para añadir que estaban investigando si había otras víctimas del dúo de falsos cirujanos.
La víctima ha evolucionado bien tras serle practicadas, ahora ya bajo estricto control médico, varias cirugías, aseguró el sheriff, que apuntó que los detenidos eran pareja. Sí confirmó que llevaban viviendo dos años, de manera discontinua, en una cabaña solo rodeada de «una o dos propiedades». La residencia está ubicada al sur del condado de Le Flore, en el este de Oklahoma y colindante con el Estado de Arkansas. Los dos hombres tienen otra casa en Texas, donde la policía local también ha iniciado una investigación.
Un día de abril de 2017, un hombre que se hacía llamar Ben Bilemy salió andando de un parque en el norte de la ciudad de Nueva York. No llevaba teléfono móvil, ni documentación, ni tarjetas, ni cartera; solo una mochila, unos vaqueros y un fajo de billetes. En la primera parte del camino, en sus primeros encuentros, se identificaba como Denim (ropa tejana). Pero este no era su nombre real. Tampoco Ben Bilemy. Es habitual que en Estados Unidos los caminantes que recorren el país adopten un seudónimo. Luego pasó a hacerse llamar Mostly Harmless (mayormente inofensivo), un sobrenombre inspirado en una novela de ciencia ficción, aunque quizás lo eligió porque se consideraba realmente así. El hombre solía contar a aquellos con los que trababa conversación que había trabajado en el sector tecnológico. En algunos casos decía que era de Luisiana y en otros de Milwaukee.
Más de un año después de su partida, en julio de 2018, otros dos caminantes divisaron una tienda amarilla en el parque Big Cypress, en el sur de Florida, a 2.000 kilómetros de Nueva York. En el interior estaba el cuerpo de Mostly Harmless, extremadamente delgado y sin signos de violencia. La autopsia no pudo establecer la causa de su muerte. «Indeterminada», señala el documento médico. Con 1,76 de estatura solo pesaba 40 kilos. Los forenses establecieron su edad entre 35 y 50 años. No encontraron sustancias químicas en el cadáver ni detectaron que padeciera enfermedades crónicas. Desde entonces, miles de personas intentan descubrir en Internet quién era Mostly Harmless. A pesar de múltiples fotos, distintos detalles y un podcast nadie ha encontrado la pista definitiva. La búsqueda sigue.
Sus huellas dactilares no están en ninguna base de datos de las fuerzas de seguridad. En la base de datos de la principal organización que busca desaparecidos hay más de 13.000 personas, pero ninguna coincide con Mostly Harmless. Además, pocas tienen tantas fotos e investigación detrás.
Mostly Harmless quería ir, según contó a algunos senderistas durante su andadura, hasta Key West, el punto más al sur de Estados Unidos, donde acaba el camino. Se quedó a pocos kilómetros. Su ruta pasaba por el camino de los Apalaches, una de las grandes vías pedestres del país. El misterioso caminante era discreto, pero no arisco. Jennifer Vickers, una mujer negra de 70 años compartió más de 100 kilómetros de viaje con él. Fue quien le oyó usar el alias de Ben Bilemy cuando se registraba en algún albergue. «Comía chocolatinas M&M, estaba obsesionado por las distancias entre puntos y quería ver un oso», contó la mujer al autor Jason Nark, una de las personas que más ha investigado sobre este misterio. En un artículo, Nark cuenta cómo examinó las multas impuestas por acampada ilegal o los vehículos retirados en el parque de Nueva York desde donde inició su aventura. El objetivo era descubrir el nombre real del caminante, pero las leyes de privacidad del país impiden revelar las identidades de los infractores.
Nark también pidió a las autoridades poder acceder al cuaderno que llevaba Mostly Harmless al morir. Había mucho código informático, pero ni un solo detalle personal. Hay páginas dedicadas a un proyecto sobre un videojuego de rol. También hay muchas referencias a Screeps, un juego para programadores en el que hay que escribir en el lenguaje JavaScript. Un doctorando de Tennessee repasó durante meses miles de alias usados para jugar a Screeps comprobando si había alguno que encajara con Mostly Harmless. Sin suerte.
En el imaginario colectivo, Mostly Harmless representa la idealizada imagen de quien sale un día por la puerta, sin más equipaje que lo que puede cargar, sin siquiera su viejo nombre, para regresar de vuelta a la naturaleza, andar hasta el fin del camino: más allá de Key West solo está el mar. El día que se descubra su identidad, la realidad puede ser más macabra o simple, pero hasta entonces el misterio de Mostly Harmless es llamativo. No solo eso: ¿cómo puede ser la identidad de alguien tan difícil de rastrear en la época en que todos tenemos un rastro digital? ¿De qué mundo viene Mostly Harmless?
En el camino es habitual cruzarse con alguien, tener una conversación profunda y no volver a saber nada de la otra persona. Eso le ocurrió a otro caminante en un albergue de Springer Mountain, cerca de Atlanta, en Georgia. Así cuenta el encuentro Nark: «Hablaron hasta tarde en la noche y la conversación acabó siendo profunda. Denim dijo que su padre era un abusador y que no hablaba ni con él ni con su madre. Pero mencionó a una hermana y que tenía una exnovia. También hablaron de ciencia ficción, específicamente de Doctor Who [serie británica estrenada en 1963]».
La forma de morir es otro de los detalles intrigantes. ¿Pudo perecer de inanición? Tenía comida con él y 3.640 dólares (3.062 euros). Estaba en un parque natural, pero a menos de 10 kilómetros de la autopista. ¿Cuántos días tuvo que estar allí hasta morir de causas naturales? Dentro de su organismo solo había ibuprofeno y antihistamínicos. La última vez que se le vio fue en abril, muy cerca del parque; pero murió en julio. La autopsia determinó que no llevaba mucho tiempo muerto, teniendo en cuenta además el calor del sur de Florida. ¿Qué hizo durante esas semanas?
Dos de los principales grupos de Internet dedicados a este misterio están en Facebook y Reddit. Entre ambos reúnen a más de 8.000 personas. Las teorías, las preguntas, los comentarios que se lanzan allí son de todo tipo: «la teoría de una enfermedad como posible causa de muerte», «¿qué escondía en su oscuro pasado?», «sobre su acento» o supuestas imágenes «alternativas» de su cara, como las incluidas en este post de Reddit.
Uno de los filones principales de estos grupos de Internet es aventurar parecidos con personas que podrían ser el misterioso caminante. El investigador Nark insistió con la semejanza entre Mostly Harmless y un hombre de Colorado que acabó enviándole un mensaje: «Oye, yo estoy vivo».
La primera persona que acudió a la policía tras su muerte fue Kelly Fairbanks, que se dedica a ayudar a caminantes que pasan por el norte de Florida. Ella contó que había preguntado a Mostly Harmless si llevaba la app de la ruta de Florida. Le respondió que no, que no llevaba móvil porque quería desconectar. Entonces le enseñó un papel con un mapa de Florida y una línea marcada donde debería estar el camino. «Me pareció una persona supermaja, con unos ojos muy amables. Ir por el camino sin referencias es de ingenuos, creo que es una mala decisión. Me despedí deseándole buen camino», dijo.
En verano de 2020, una empresa que se dedica a las pruebas de ADN ofreció ayuda para resolver el misterio. En agosto lograron secuenciar el genoma de Mostly Harmless a partir de un hueso que les mandó el sheriff encargado. Visto que en las bases de datos no hay ningún ADN que encaje con el suyo, el objetivo ahora es encontrar a parientes cercanos, construir su árbol genealógico. Es una técnica que se ha usado en los últimos años para resolver crímenes históricos. Es un proceso que llevará meses y costará 5.000 dólares (4.200 euros), según la empresa. Nadie quería pagarlo, así que el grupo de Facebook logró el dinero en una semana.